Hay universos, el nuestro es uno, donde se juntan un
incontable número de presencias diversas. Se unen, se enlazan, se congregan, se
agrupan, y a veces se amontonan. A menudo se aglomeran y reúnen, se acopian y
apilan, incluso se hacinan en cantidades no mensurables. Entonces tendemos a
producir, inevitablemente, intencionadas conexiones, enlaces, ligaduras y vínculos.
Órdenes. Lugares correspondientes. Por ocultos que puedan parecer y aparecer
siempre encontramos modos de relacionar las cosas.
Juntar armónica y equilibradamente es una tarea que requiere
atención y mesura. Pero debemos ultimar que es tan natural como abstracta. Para
hacer ese viaje del desorden al orden llevamos asimilada la estrategia del
contrario. Y, con ella, la adición nos lleva a la sustracción, la pauta a la
excepción, y la repetición a la ausencia. Buscamos y encontramos estrategias de
conexión. Vinculamos intereses con órdenes. Y finalmente imponemos reglas de un
juego cuya única misión última es la unión. Superar el sinnúmero para producir
el uno.
Kahn estaba convencido de que los arquitectos deberían ser
compositores, no diseñadores. Compositores de elementos, entendiendo como elementos
las cosas con entidad propia, indivisibles. Para él la Arquitectura partía de
la definición exacta de las diversas estancias y su juego se centraba en la
creación de una estructura claramente expresada, generadora del carácter, y un
orden geométrico, provocador de una alta intención. Su legado nos dejó
conmovedoras presencias eternas.
Cada acercamiento a la Arquitectura supone, de manera
invariante, definir ese ánimo interno y capaz de ordenar los juguetes de
nuestra habitación. Una habitación propia o ajena, individual o colectiva, siempre repleta de opciones y necesitada de
elecciones.
No es lo mismo mirar que ver.
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