and architecture, hand made architecture

12 de noviembre de 2015

El oasis

1947. El joven fotógrafo Julius Shulman , estaba invitado a una de las célebres fiestas que Raymond Loewy, el personaje de moda, organizaba en su residencia de Little Tuscany, en el desierto californiano de Palm Springs. Quiso entonces captar a una atractiva mujer llena de sol, cuando encaramada a un cercado curioseaba aquel despejado lugar, aquel punto habitado bajo la sombra de un resguardo horizontal suspendido sobre el terreno. Por su postura y vestuario podríamos pensar que estuviese inmersa en el agua, cabría imaginársela sumergida en el borde de una lujosa piscina desde la que contemplar el árido paisaje.

 Pero ella, semidesnuda, lo que en realidad observaba con atención era el pequeño vergel en el que varias personas solazaban divertidas. Bajo la gran celosía horizontal se atisbaban unos cierres extendidos, perforados, ciertamente dinámicos al prolongarse más allá de la proyección de la cubierta. Al igual que el inusual peto curvo lateral, de aspecto nacarado. La ocupación, expandida en sus límites, ante todo parece esconder un enigmático centro. La silueta geométrica y horizontal de la blanca cobertura volada, con la cambiante silueta de la montaña de fondo, queda recortada en su interior por un generoso rectángulo vacío. Un exuberante frente de vegetación limita ver más detalles. Sin embargo, un poco por delante, destaca un airoso mástil sin bandera que aporta un sutil contrapunto vertical al conjunto. Aquella presencia, de cuidadas proporciones, despliega un tamaño ajustado, incierto. Su levedad anuncia algo sutilmente efímero, instantáneo. Atrayente.

Esa mujer miraba desde la parcela contigua en la que, en los mismos años, Richard Neutra había construido la renombrada casa Kaufman, de la que también Shulman nos dejó una célebre imagen . Una lujosa morada para aquel exquisito cliente que una década antes le encargara a Frank Lloyd Wright la casa de la cascada. Comparada con la mansión de Kaufman la vecina propiedad de Loewy aparece como una construcción provisional, eventual. Inmersa en el pedregoso terreno se muestra casi ingrávida. Realizada con elementos mínimos, esenciales, pareciera que se posa allí de forma directa, sin artificios. Podríamos llegar a pensar que está incompleta.

En aquella ocasión Shulman optó por retratar a Loewy sentado en el agua. Apoyado en una piedra, mirando a la lejanía en posición relajada, protegido frente al calor. Varias rocas a su alrededor emergen por encima de ese agua retenida, sus ondas reflejadas llenan de vibrantes hilos de luz el techo de un interior en sombra. Al fondo, destaca el contrastado frente de una chimenea de ladrillo en chaflán, entre una puerta blanca, prolongada de suelo a techo, y un rincón amueblado, con un sencillo sofá y una palmera. Sobre la chimenea sorprende una pieza colgada, plana y curva. Podríamos aventurar ver en ella la forma simplificada de un animal, o quizás recordar el borde geográfico de una isla. Aunque lo cierto es que se trata de una de las fascinantes piedras en forma de ameba, extraídas del cercano lago salobre llamado Salton Sea , que adornaban algunos de los paramentos e integraban, aún más si cabe, lo construido al lugar. Esas piedras siempre acompañaron a Loewy.

Las salientes rocas del terreno natural contrastan con los ligeros materiales con que se construye el pabellón. Los frentes de ladrillo sin traba se alternan con paramentos de chapa metálica ondulada. Las celosías verticales, de madera de ciprés con vidrios insertados en retícula, conviven con la pérgola horizontal, con finas escuadrías de madera de secuoya pintada del mismo blanco que los escuetos soportes. Nada pesa.

El propietario, Raymond Loewy , había conseguido ser el más famoso artífice del diseño industrial y de lo cotidiano en América. Un creador sofisticado, judío de origen francés, que durante más de cuatro décadas, con mucho éxito y sin ninguna pausa, ideó gran cantidad de objetos habituales de la emergente sociedad estadounidense. Fue denominado el “hombre que diseñó América” o incluso “el padre del diseño industrial”. Muchas de las imágenes del “American look” de mediados del siglo XX nacieron de su firma. La lista es interminable pero, entre sus muchas obras, cabe destacar el diseño más actual del inmortal botellín de cristal de Coca-Cola, quizás su logro más conocido, la realización de numerosas imágenes corporativas como Lucky Strike, Shell o Exxon, entre otros muchos productos frecuentes. Además fue el diseñador de los más reconocidos muebles, electrodomésticos, coches e incluso locomotoras, autobuses, barcos y aviones del país. A partir de 1960 trabajó para la administración estadounidense, colaborando en el diseño del avión del presidente J.F. Kennedy, el llamado Air Force One, y en la definición y producción de todos los interiores, objetos y trajes de los programas de la carrera aeroespacial Apollo y Skylab. Fue uno de los más importantes creadores de la imagen de lo que ha pasado a entenderse como genuinamente americana .

El arquitecto que había decidido contratar Loewy en 1946 se había tenido que enfrentar a un encargo peculiar. Albert Frey tuvo que proponer y construir una pequeña “casa de soltero”, un espacio íntimo en el inhóspito pero exclusivo desierto de Palm Springs en el que pudiera desarrollar su intensa vida social su poco convencional propietario. Una propiedad, sin apenas programa doméstico, en el que pudiera descansar tras sus numerosos viajes por todo el mundo. Loewy ya era por entonces propenso a coleccionar casas. En aquellos años ya poseía una segunda residencia en la Riviera, además de la casa en Sands Point, en Long Island. A ésta de Palm Springs tuvo a bien llamarla “Tierra caliente”.

Albert Frey, llano y elegante, fue uno de aquellos convencidos modernos que, aunque nacido y formado en Suiza, quiso afincarse a partir de los años treinta en la seductora California, más concretamente en Palm Springs, lugar que no abandonaría hasta su muerte en 1998. Frey había sido de los pocos arquitectos que, ejerciendo en América, habían sido expuestos en aquella decisiva exposición del “Estilo Internacional” celebrada en el MoMA en 1932. En la influyente palestra que Hitchcock y Johnson montaran en Nueva York, indiscutible origen de la modernidad en América, se seleccionaron las más significativas obras, realizadas en aquellos primeros años heroicos de la invención, de hasta dieciséis países de Europa y América. Aunque entre ellas, en realidad, se viniera a destacar una profusa representación de catorce países europeos, una sola obra en la URSS y un reducido conjunto de ejemplos en los Estados Unidos. Aun así, se hizo un esfuerzo intelectual por enunciar axiomas estilísticos comunes, y a partir de entonces aparentemente universales, que quedaron resumidos estratégicamente en tres puntos principales. El primero y principal se centraba en la búsqueda de la expresión mediante un volumen antes que una masa, lo que significaba una preferencia por lo tectónico. Perceptivamente, se apostaba por el equilibrio mejor que la simetría, destacando la fuerza de la composición y la regularidad. Y por último, se enunciaba la definitiva supresión del ornamento aplicado, fomentando la calidad del detalle y los materiales, la inclusión de objetos de arte, la tipografía, el color y los elementos naturales.

La Aluminaire House, que Albert Frey hiciera en 1931 junto al arquitecto Alfred Lawrence Kocher, reconocido editor de la revista Architectural Record, era una de las únicas siete obras seleccionadas en los Estados Unidos en aquella seminal exposición del estilo internacional. Una interesante y rigurosa villa prefabricada acabada en novedosos paneles de aluminio, muy emparentada formalmente con la serie "Citrohan". No en vano Frey había sido el primer arquitecto de América en trabajar en el Atelier de Le Corbusier en Paris a finales de los veinte, con quien supo conservar una larga amistad y afinidad. Al lado del maestro suizo tuvo a su cargo desarrollar el proyecto y la obra de la Villa Savoye, realizada en 1929. Icono y manifiesto de la modernidad global.

Loewy, además de un portentoso talento creador consiguió poseer un fantástico y acogedor refugio, construido por Frey, en medio de aquel desierto. Shulman congela el momento en el que el famoso diseñador, posado en el umbral de una gran cristalera deslizante, milagrosamente apoyada en una de las rocas emergentes, observa sonriente una delicada chica que hacía pie en una laguna central. No se puede saber de quién se trata porque acababa de girarse para mirar hacia fuera desde el interior de la sala, tal y como parece desvelarnos el movimiento superficial del agua a su alrededor. El prolongado estanque llega incluso a invadir el interior del recinto. Entre ellos, en el suelo, una simbólica bandeja repleta de frutas tropicales. Además de la chica que goza del baño, se encuentran allí otras dos personas. En la imagen del perspicaz Shulman sus cabezas aparecen formando una intencionada diagonal perspectiva. Una línea que queda interrumpida por la vertical del marco de la vidriera y que coincide, y oculta a su vez, la cara de la mujer rubia que toma el sol, como si fuera una esfinge, recostada al borde de la cristalina alberca, frente a las frutas. Tras ella destaca una gran damajuana llena de agua, con forma de manzana, parece ser que teñida de rosa. Podríamos pensar que se trata de aquella misteriosa mujer que miraba curiosa desde el exterior al otro lado de la cerca. La tercera dama, la más lejana e irreconocible, aparece cómodamente sentada en una silla de bambú, vestida con ropas ligeras y brillantes, y manteniendo la mano abierta sobre sus ojos formando una visera, de nuevo mirando lejos o quizás protegiéndose del exceso de luz. Tras ella el refrescante jardín interior que queda acotado por el peto curvo, cerrado con planchas de vidrio ondulado y translúcido, material que servía para resguardar del viento y que se repite en el otro panel plano del fondo de la derecha, fijado entre los esbeltísimos pilares blancos, similares al mástil exterior. Por encima de la gruesa y reticulada pérgola perimetral tan sólo el cielo. Y a lo lejos, el siempre presente horizonte.

Se suceden las múltiples continuidades. Los límites entre lo cerrado y lo abierto, entre lo interno y lo externo, se desdibujan mediante la prolongación de las formas y los materiales. Los planos del techo y del suelo fluyen más allá de los eventuales cierres, evidenciando a penas leves diferencias de textura. La superposición de la blanca alfombra de la sala, parcialmente recortada para ajustarse al arco del límite del estanque, viene a potenciar el efecto de la condición extensa e integradora del plano de agua. Además, la sinuosa curva de la orilla de la piscina mantiene su eco en otro borde alejado del pavimento, también curvo y finalmente tangente, y que pudiera simular la formación artificial de una superficie adyacente de playa. La casa, si es que se puede llamar casa, lo es porque está parcialmente cubierta. Quizás porque tiene límites de cierre, aunque sean en éste caso ciertamente móviles. Pero el cometido principal de ese lugar es sin duda recrear un universo privado, lujoso y sensorial. Un pequeño paraíso.

El atento fotógrafo quiso dejarnos otra maravillosa instantánea realizada casi desde el mismo punto . Ésta vez estaban echadas las cortinas, movidas vigorosamente por la brisa del desierto. Una de las mujeres bracea feliz en el agua, pero al encontrase de espaldas apenas acierta a vislumbrar la cámara, escondida en la penumbra de la sala. El frutero del suelo aparece ladeado. Ha tenido movimiento al ser apoyado de forma inestable sobre una casual sandalia. La piña ha caído por detrás e incluso algunas de las frutas han rodado hasta quedar flotando en el agua. Tras el airoso velo se adivina la silla de bambú, con la figura con ropas blancas y zapatos de tacón girada hacia las vistas, posiblemente la misma que antes se protegía los ojos. Por detrás de la cortina translúcida se vislumbra de nuevo a Loewy, de pié y relajadamente apoyado, ésta vez en uno de los soportes de la pérgola, conversando con alguien del que tan sólo distinguimos sus pies. La luz es sin duda magnífica. El resplandor, intensificado por la reflexión del agua, inunda dramáticamente la penumbra interior. La imagen invita a sentir que aquel ambiente se completaba con una suave música cadenciosa, sedada parcialmente por el efecto del sonido del viento.

Ese desmedido estanque lo invadía todo. Shulman, en otra escena, tuvo a bien mostrarlo con la vívida figura de un árbol y una roca en primer plano, mirando hacia la resguardada sala del fondo. Allí sentada aparece una de las mujeres bebiendo con elegante parsimonia de un vaso. Loewy, cómodamente recostado en una de las escaleras sumergidas de gradas, en suave cascada, charla con la chica rubia. Ésta vez sentada con naturalidad junto a la garrafa de agua rosa. La poltrona de bambú queda vacía, tan sólo unas ropas blancas han quedado sobre ella. La pérgola que les rodea queda impresa por su sombra reticulada en el fondo de la piscina. El recinto, acotado y placentero, acompaña la sensación de atmósfera en completa quietud.

Aquel lugar era un Oasis. Un espacio mínimo y lujoso en torno a un centro colonizado por la extensa laguna, pretendidamente natural. Una ocupación de agua excepcional, invadida y delimitada por algunas de las rocas que se sabe preservó el propio Loewy. Pareciera incluso que estuviéramos ante un elemento preexistente, un afloramiento natural que la casa vino a rodear y resguardar. El extenso rectángulo horizontal de la cubierta, abierto en su centro, queda apoyado en muros en los dos lados que convergen en la esquina vaciada del punto de acceso. Esos muros que delimitan se duplican para ser habitados con un escueto programa residencial. Los otros dos lados quedan abiertos al paisaje, aunque protegidos perimetralmente por la geometrizada pérgola anclada en minúsculos pilares. Todo participa de una ambigüedad manifiesta entre el exterior y el interior. Todo es externo e interno a la vez. Todo es continuo y cambiante, como la naturaleza que lo envuelve.

Como principal exponente del regionalismo denominado "modernismo del desierto", atento a responder a las exigencias del particular entorno natural californiano, Frey desarrolló una arquitectura durante toda su trayectoria en Palm Springs que tenía aspectos estilísticos excepcionalmente bien representados y enfatizados en ésta construcción para Loewy. Frey tenía tendencia por procurar volúmenes y piezas horizontales, rara vez construía más de una sola planta. A través de sus decisiones formales le interesaba establecer una estrecha simbiosis con el horizonte distante y la inmensidad del paisaje. La pretendida continuidad entre el exterior e interior la resolvía a menudo mediante la incorporación de vidrios deslizantes enteros, de suelo a techo, que buscaba quedaran ocultos una vez abiertos, proponiendo que los límites con el exterior fueran cambiantes e inciertos. Para acompañar ese efecto de prolongación espacial utilizaba de forma homogénea muy diversos materiales sin distinguir las transiciones de los espacios construidos, tanto en pavimentos, como en paramentos y techos. De acuerdo a esa dinámica, los muros los solía prolongar exageradamente fluyendo libres entre los planos horizontales. Inspirado desde sus años de formación por el ingenioso uso que hacía Wright del lenguaje moderno recurría sistemáticamente al mecanismo expresivo de extensión hacia el paisaje. Del mismo modo, Las cubiertas planas siempre quedaban vigorizadas con grandes voladizos con los que expresar esa naturalidad y conexión con la línea del horizonte. La incorporación de una piscina protagonista suponía otro invariante. Un elemento focal que pretendía, además de reforzar la sensación de horizontalidad, potenciar la dualidad entre el artificio y lo natural, entre el orden de la geometría y el de la naturaleza. Al igual que la metódica inclusión y yuxtaposición de elementos naturales como árboles, rocas y planos vegetales. Su arquitectura, inequívocamente moderna, siempre tuvo una decidida conexión con la naturaleza que le envolvía . Aunque en este caso, debido a la notoria influencia de Loewy, es probable que Frey se permitiera evolucionar más allá.

La satisfecha y confortable California de los eufóricos años tras la segunda guerra mundial iba a albergar y desarrollar el optimismo de la sociedad de la información y el consumo donde el avance industrial y técnico se iba a ligar a una nueva concepción material de la existencia. Una nueva concepción urbana y doméstica que superaba el modelo europeo de las artificialidades de lo moderno y que iba a propiciar un hecho urbano ligado a una nueva ecología en conexión con la inmensa y reconfortante presencia de lo natural. Se inauguraba otro tiempo en el que la producción de lo doméstico se emparenta con la exaltación del ocio, el bienestar, las concepciones espaciales vinculadas con el paisaje y la estética de la abundancia. Se representaba física y materialmente el sueño americano.

Más allá de sus rasgos estilísticos, la casa que Frey hiciera para Loewy consigue ser mucho más que una villa moderna en el desierto de Palm Springs. Estamos ante uno de esos contados casos en los que la intención está por encima del lenguaje. El pretendido oasis lo es porque la forma en la que se piensa y ejecuta la generosa alberca en aquel desierto es independiente de las decisiones formales de la ligera edificación que la rodea. La piscina, con su contraste, pareciera que ya formaba parte de ese desigual terreno y consigue complementar con habilidad la peculiar construcción del pabellón que la circunda. Funciona un eficaz efecto de extrañamiento y significación. Con acierto, la arquitectura propuesta quiere alejarse del orden obligado de lo que una casa es y transmite. Tiene intencionadas excentricidades, oportunas fugas frente a la convención. Sin olvidar su filiación a lo moderno busca acuerdos de difícil justificación si no fuera por el nítido propósito de su propietario. Podríamos encontrar aparentes torpezas, impropias de un experimentado arquitecto como Frey. El tamaño y equilibrio de las estancias pudieran entenderse como imprecisos, equívocos. Las circulaciones, inciertas, se someten no a la lógica o a la ortodoxia, sino al orden mayor y prevalente del exagerado embalse. El fingido carácter ocasional e incompleto, que está al servicio de la idea de un conjunto abierto e integrado como exaltación de un centro idílico, lleno de intensidad, condiciona lo que podría ser inmediato. Se materializa, se celebra, una ilusión .

La necesaria simbiosis de personalidades y voluntades supuso en éste caso una circunstancia muy enriquecedora. El sofisticado arquitecto moderno tuvo que convenir con el capaz e innovador diseñador del imaginario de la nueva América un resultado negociado. Frey nunca había realizado, ni iba a realizar, una piscina y un espacio doméstico tan extremo y publicitario como aquel para Loewy, tan expresivo del estilo de vida ligado a la feliz cultura del placer y el descanso. Loewy, a su vez, nunca se mostró tan afín y cómodo con los rigores formales de ésta peculiar adaptación de lo moderno, desde las frecuentes libertades formales de sus propias creaciones y objetos más bien gustaba de negarlos con vehemencia. Si bien Frey era un arquitecto protagonista de estricta formación europea que echaba raíces y evolucionaba en la nueva realidad Californiana, Loewy era uno de los exponentes principales de la eficiente comunicación de la América alegre, pragmática y hedonista de los años cuarenta. Los pocos muebles y objetos que Loewy allí incluyó no pertenecen a los códigos fijos e integrados de las casas estilistas de Frey pero, curiosamente en éste caso, aparecen incorporados con fortuna muy probablemente por la oportuna reconversión de las citas modernas en la paradisiaca atmósfera californiana que pretende la casa en su expresión. Una delicada combinación de ingredientes bien armonizados, una alquimia oculta, procura un resultado tan sorprendente como evocador. Ésta casa moderna californiana sublimó su aportación al entorno social y cultural de la época gracias a la acertada y complementaria combinación de sus protagonistas.

La adecuada creación no sólo de un espacio sino, también, de un tiempo puede que sea la mayor virtud de la mejor arquitectura.